lunes, 30 de octubre de 2017

Explosión efímera de presente detenido.



Quizá lo que sucedió estaba latente en la extrañeza de una tarde otoñal con temperatura veraniega. Sobre el horizonte cierta calima como de un aire sahariano matizaba la luz del sol, aire parádojico pues el viento venía del noreste. El agua sin embargo empezaba a obedecer al calendario, se sentía fría cuando metimos los barcos para empezar la travesía.
Con las primeras bordadas el sol que se reflejaba en el agua, el oleaje moderado de un viento fuerza cuatro y la sensación de la navegación a vela hacían casi agradecer las rarezas climatológicas. El viento era noble en intensidad y dirección y permitía concentrarse en la ceñida, la presión sobre las velas era la justa para poder mantener el barco plano empleándose cómodamente a la banda, las tobillos afirmados a las cinchas y el cuerpo bien sacado por la borda. De vez en cuando había que soltar un poco de mayor y dejar trabajar más al foque pero la ceñida era efectiva y hasta cierto punto placentera.
 Cada cual buscaba su estrategia, hay quienes tomamos las bordadas más largas y otros deciden virar más a menudo como para no salirse de cierta franja a cada lado del trayecto a recorrer. Geométricamente no debería haber grandes diferencias pero hay sensaciones que inclinan a unos a cambiar de bordada mientras otros seguimos aprovechando el agua que queda hasta la orilla. Yo iba confiado con algo de ventaja, mi teoría es que en las viradas se pierde velocidad y es preferible alargar los bordos aunque hay que estar atento con el efecto de las orillas sobre el viento que puede hacer perder barlovento desapercibidamente.
 Pero sobre este juego más o menos amistoso, el aire paradójico, cálido y del noreste, guardaba algo inesperado e improbable. Y sin embargo necesario. Algo que detiene el tiempo por un momento, la linealidad quebrada que impediría uno de esos teoremas que exijen la continuidad de una función en un determinado intervalo. Fue como una explosión efímera de presente detenido. Todo nuestro empeño en mantener los barcos a la mejor velocidad, las velas cuidadosamente trimadas, el peso del cuerpo colocado para favorecer la línea óptima de flotación que facilita el paso de las olas, la presión justa sentida en la escota de la mayor, en fin, el movimiento fluido de la navegación, se colapsó traumáticamente en un instante, la colisión completamente inesperada de dos barcos que navegan en amuras contrarias, opacos el uno para el otro por la posición de las velas y los tripulantes.
 Oponerse a la ley de inercia nunca es gratuíto, o sí, pues en definitiva la energía ni se crea ni se destruye. El balance del choque fue la rotura de un trozo del alero que sobresale sobre el costado del barco, no parecía muy grave, la relativa fragilidad de la estructura absorbió el impacto de la proa del otro barco que no resultó muy dañada.
 Alguien dirá que solo fue un descuido, la falta de previsión, hay que mirar de vez en cuando por debajo de la botavara, sobre todo si se va amurado a babor. Es cierto. Pero tampoco se puede controlar absolutamente todo. Cada instante parece determinar los instantes posteriores, haber tardado un poco más o menos en preparar el barco cuando salimos, llevar la orza unos centímetros más metida, haberme despertado ese día diez segundos más tarde habría impedido la intersección espacio temporal de un abordaje. Ni siquiera puede hablarse exáctamente de determinación cuando cada instante depende de las infinitas combinaciones de los instantes anteriores, y quien dice si no de los posteriores. Quizá solo fue azar.
 Extrañamente esa mañana había comprado un boleto de lotería.

I.




viernes, 9 de junio de 2017

Técnicas de vela y el gobierno de la propia vida.

Últimamente el blog está que no para; traemos ahora a estas páginas un retazo de conversación entre dos habituales del pantano sobre técnicas de vela y su similitud con el gobierno de la propia vida.


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Si no sueltas mayor el barco no arriba.


Hace ya unos años un compañero navegante (I.) me comentó está frase mágica, remitiéndome a la grabación de un entrenamiento en 420 en el que el entrenador gritaba: ¡Arríbale, arríbale, arríbale la racha! Y dejaba claro: ¡Si no sueltas mayor el barco no arriba!

Creo que el día que interioricé esta frase y la puse en práctica retomé mi aprendizaje.
Me encontraba estancado y pensaba que sabía llevar un vela ligera, pero cuando venía la racha me protegía orzando o, simplemente me dejaba llevar por lo que pedía el barco dada su naturaleza “ardiente”.
Afortunadamente aprendí a protegerme cogiendo el toro por los cuernos, haciendo correr al barco. Y arribando la racha. O la ola, si la hubiere.

P.

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Cierto, esa frase nos enseñó mucho.

Nos recuerda que el barco tiene dos timones, un timón convencional y un timón aéreo que son las propias velas. Y si queremos navegar bien, en armonía, estos dos timones deben compenetrarse. El riesgo del timón convencional es que lo vemos muy claro y pensamos que con él está todo hecho aunque a menudo nos advierte con un tacto demasiado ardiente. Posiblemente el flujo del aire no es lo libre que debe ser y lo estamos reteniedo demasiado en las velas. Basta entonces soltar mayor y el timón funcionará con más suavidad. La mayor es un timón aéreo que hace orzar el barco y que no podemos aislar del funcionamiento del timón convencional, algo que se suele olvidar cuando aprendemos.
Aún más, la navegación está llena de metáforas vitales. Yo veo que el timón es como la razón, la inteligencia argumentativa y lógica, es bastante evidente y la herramienta más visible para dirigirnos. Pero un día descubres que por más que racionalmente quieres hacer o explicar algo resulta que solo encuentras inconvenientes y resistencias. Quizá hay otro timón aéreo más sutil que nos equilibra y no podemos ignorar. ¿Emoción, sentimiento, intuición, inconsciente?. Pero la escota de esa mayor es tan intangible como los sueños.
I.


miércoles, 17 de mayo de 2017

Tripulación y Velas.

Hola, el pasado sábado coincidimos tres “habituales del pantano”, soplaba fuerte y aparejamos dos barcos. En un vaurien irían dos tripulantes con velas antiguas (9.5m2) en el otro iría yo solo, navegando con velas modernas (10,5m2).
Salí zumbando a un través-largo, enseguida pude ver 11.9 en mi GPS, sin embargo no quería ni imaginarme una ceñida larga con esas condiciones de viento. Esperé a mis compañeros que tras algún ajuste en bahía cochinos, ofrecieron popa al viento navegando directos hacia IC. Allí recogimos a un avezado windsurfista que, ya terminando su sesión, decidió completar tripulación conmigo.

Navegando al través, con velas grandes, el vaurien tricolor de las velas pequeñas, se quedaba en nuestra estela sin remisión, no sé que habría ocurrido de haber puesto un rumbo de ceñida, pero mi esporádico compañero se tenía que marchar, así que me quedé solo ante el peligro. ¡Y ahora que! Me decían desde el tricolor, mientras me esforzaba en mantener el barco adrizado para dejar de soltar viento por arriba además de por la baluma, única zona de la mayor que no flameaba.

Pero el viento aflojó un poco y esto, más un duro trabajo de piernas y abdominales, me permitió mantener una ceñida digna. Acompañando con algún que otro través para descansar, llegamos a la vez hasta nuestra orilla, pero el sol estaba alto y decidimos continuar “rio arriba”.

Con un viento quizá un pelín más debilitado, fuimos aguantando en un toma y daca más o menos igualado. En el río es fácil perder la orientación del viento y, si te dedicas a hablar de política o filosofía con tu compañero, más. Esto es lo que debió pasar porque empecé a ganar barlovento de forma exagerada mientras ellos daban unas bordadas de una orilla a la otra, que parecían casi repetidas.

Después comenzamos la empopada de vuelta, más o menos al unísono y volvieron a verme pasar y alejar sin mucho esfuerzo. Ya en la orilla, supieron encajar la derrota y, después de aclararme lo de la conversación filosófica, dimos buena cuenta de unas viandas acompañadas con un poquito de vino.
A mi, navegando la mayor parte en solitario, me dio tiempo para fijar unas ideas, sobre las diferencias entre velas y tripulaciones.

Resumiento un poco:
Navegando dos en el barco, se tiene ventaja cuando el viento arrecia. Más en ceñida que en rumbos portantes.
Las velas modernas, son más eficientes en rumbos portantes, mientras que en ceñida la diferencia es mínima, por no llegar a pensar que puede ser incluso negativa, es decir más eficientes las triangulares antiguas. La vela mayor moderna del vaurien tiene un sable forzado que permite un aumento de superficie en su parte superior, pero en ceñida, aunque cacemos abajo con la escota, el viento escapa por arriba, por tanto tenemos trapo ineficiente y puede que hasta perjudicial en esta parte. 

A pesar de todo, yo prefiero las modernas, son más “blandas” a las rachas y el incremento de potencia en rumbos abiertos es muy de agradecer. Creo que pronto iremos todos con estas velas; mejor, pues a mayor igualdad de condiciones más diversión con nuestros pequeños piques.

Saludos.
Pepe.

martes, 2 de mayo de 2017

Tarde Revuelta

Crónica que nos manda un habitual del pantano,  gracias por compartirla.

Hola, ayer estuve navegando, una tarde de lo más curiosa.
13.1 millas
V media: 4.7
V max: 11.4 (despues de calcular el gpx, la instantánea fue 11.7)
Más de una milla navegando por encima de 9 nudos.
Bastante tiempo parado en el agua (calma chicha) Hasta llegué a tirar del remito de mano.
Roladas de 180º viento de todos los lados, olas, borreguillos, calmas. Todo ello en menos de tres horas.
Los vientos más bonitos, al norte de IC, del N, no pasaba bien hacia el sur de la Isla, así que lo apuré todo lo que pude, volviendo a ganar barlovento para conseguir deliciosas planeadas al largo. El agua azul oscuro, con la típica luminosidad que aportan estos días primaverales de sol y nubes.
También el SO tirando a O que consiguió imponerse al N y que en su pelea me dejaron tirado entre IC y los vagones en una calma llena de olas descontroladas por todos los lados, pasé de apurar la última bordada rápida con mi propio viento aparente, a estar totalmente desventado tras la virada. Pero, terminada la batalla,  volvieron a formarse borregillos, esta vez con el agua verdosa, el cielo más oscuro hacia el sur, sin llegar a amenazar tormenta, este viento me permitió una buena ceñida al descuartelar, bastante cómoda, navegando prácticamente solo con el foque, cazando la mayor lo justito para que no temblara el mástil.
Todo esto gracias a la decisión de meterme en el agua a pesar de ver, lo poco que soplaba y lo variable que estaba ya desde la orilla. El Dios Eolo supo recompensarme.
A ver si pronto, tenemos oportunidad de compartir tan buenas navegadas. Habría estado más que divertido en regata.
Saludos.